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jueves, 3 de diciembre de 2009

un colombiano en venezuela



Ya en Caracas

Caracas, Venezuela — miércoles, 21 de enero de 2009
La entrada a la ciudad se hace por la bajada de Tazón y se descienda hasta el sector conocido como el Valle, en donde a mano derecha está fuerte Tiuna, un puesto del ejercito en la zona militar. En este lugar el pueblo se tomó para pedir el pronto regreso de Chávez (así llaman familiar mente a su presidente quien en el año 2002 recibió un golpe de estado por la oposición cuarta republicana).

Más adelante empiezan a aparecer grandes conjuntos residencia les, general mente paralelepípedos despintados, de diseño racionalista más bien corbuseriano y llenos de ropa colgadas por las ventana y en la parte superior de los cerros los famosos “barrios” como llaman ellos a los sectores marginados.

Los venezolanos llaman urbanizaciones a la zona central y baja de su ciudad y barrios los sectores populares construidos espontáneamente en las laderas de las montañas.

Esto hace evidente la existencia de esa sociedad excluyente que desde la última década del siglo XX se estalló y ahora busca en la revolución bolivariana la respuesta a sus interrogantes.

Mi primera experiencia con Caracas fue poco después de desembarcar del bus, al buscar transporte me di cuenta de que los taxis eran pintados de blanco y no tenían taxímetro ni nada que regulara el valor de pasaje, allí se debe conversar con el conductor y una distancia corta puede costar te mucho dinero o no dependiendo del anticipado acuerdo entre las parte, tal vez el único problema para el conductor sería de que las vías adyacentes al lugar a dirigirse estén trancadas como ocurrió en mi viaje de semana santa y deba buscar otras alternativas para llegar al lugar indicado.

Desde la urbanización Prado de María lugar sede de la empresa de transporte Expreso Occidente que me condujo de San Antonio hasta Caracas en un trayecto de catorce horas me dirigí hacia mi nueva residencia y desde ahí empezaba a disfrutar del encanto urbano de una ciudad que a mi juicio parecía una mezcla de Río de Janeiro y la Habana, con sus edificios despintados, sus favelas sobre las montañas, unos que otro raponero corriendo y esquivando perseguidores en medio de gritos de auxilio, un calor tropical y la queja continua del “hasta donde hemos caído”.